La orden ejecutiva firmada por Joe Biden el pasado 9 de julio, titulada «Executive Order on Promoting Competition in the American Economy«, es la mayor iniciativa tomada hasta el momento de cara a la muy necesaria redefinición del capitalismo de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago. Supone la evidencia de que los movimientos de su administración nombrando a académicos y estudiosos de la legislación antimonopolio como Tim Wu, Lina Khan y otros, no era en absoluto un brindis al sol, sino parte de un interés real por deshacer el desastre que supusieron las tesis de Robert Bork y el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, a los que Joe Biden se refirió específicamente en su discurso.
El discurso de presentación de la orden ejecutiva estuvo estructurado de forma muy parecida al de Franklin D. Roosevelt de 1938, poniendo el énfasis en la importancia de las pequeñas empresas y de los derechos de trabajadores y consumidores. Biden habló de la necesidad de enfrentarse a las Big Tech, las Big Pharma y las Big Ag, e incluso citó textualmente a Roosevelt para referirse a una declaración de derechos económicos, con el objetivo de garantizar el «derecho de todo empresario, grande y pequeño, a comerciar en un atmósfera libre de competencia desleal y dominio de monopolios en el país o en el extranjero».
Pero mucho más importante fue la crítica explícita de Biden a la Escuela de Chicago:
“Hace cuarenta años, elegimos el camino equivocado, en mi opinión, siguiendo la filosofía errónea de personas como Robert Bork, y dejamos de hacer cumplir las leyes que servían para promover la competencia. Ahora llevamos 40 años en el experimento de permitir que corporaciones gigantes acumulen cada vez más poder. ¿Y qué hemos sacado de él? Menos crecimiento, inversión debilitada, menos pequeñas empresas. Demasiados estadounidenses que se sienten abandonados. Demasiadas personas que son más pobres que sus padres. Creo que el experimento falló.
¿Qué han provocado varias décadas de capitalismo salvaje y no regulado? Simplemente, unos Estados Unidos menos competitivos, dominados por enormes conglomerados empresariales que actúan al margen de todo, que no pagan impuestos y que influencian de manera desmesurada a políticos de todo signo. La orden ejecutiva firmada el pasado viernes no se refiere únicamente a las big tech, sino a todas las compañías capaces, por su tamaño y poder, de distorsionar la competencia y los mercados, desde las grandes farmacéuticas a las grandes compañías de agricultura, las empresas de transporte aéreo, marítimo o por ferrocarril, los proveedores de acceso a internet, o hasta la banca.
Una iniciativa ambiciosa e importantísima con el potencial de marcar un antes y un después en la economía norteamericana: el presidente ordena a toda la administración perseguir todo aquello que sugiera abusos de poder y condiciones de distorsión del mercado, desde volver a instaurar la neutralidad de la red, cuya eliminación no solo supuso menor inversión en infraestructuras y precios más elevados, hasta el control riguroso de las cláusulas de no competencia que impedían la libertad de movimiento de muchos trabajadores o la reinstauración del derecho a arreglar nuestros propios dispositivos. La tesis fundamental de Biden es clara: «sin competencia, el capitalismo es explotación»…
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