Las lesiones morales y emocionales del metaverso

Fue el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre el que sentenció: “El infierno son los otros”. La frase de su obra A puerta cerrada ha hecho correr ríos de tinta y, sobre todo, nos ha venido removiendo algo, por dentro y por fuera, desde que la publicó. Pero lo que aquí importa es su directa traslación al mundo, también a puerta cerrada, del metaverso. A ese mundo en el que podemos estar como avatares y en el que -y aquí está el problema para la reflexión- están otros avatares.

El metaverso como gran túnel publicitario que nos convierte a todos en publicidad

Muchos de ellos fuente de felices encuentros, que es la lógica actualmente dominante en los metaversos: son mundos de encuentros, en los que te topas con los demás avatarizados. De aquí que la celebración de fiestas, representación por excelencia del encuentro socialmente feliz, sea su máximo exponente en el presente. Es más, el valor de los “bienes raíces” en el metaverso está directamente correlacionado con su capacidad de generar encuentros. El interés de las marcas y las corporaciones por estar en el metaverso está especialmente focalizado en ser escenario -con sus logos, sus productos soportados en avatares propios- de esos encuentros, desde la pretensión de que quien controla el escenario de los encuentros, controla la situación, reglas y expectativas de tales encuentros.

Te contamos las diferencias entre los distintos tipos de metaversos

Lesiones morales y emocionales del metaverso

El metaverso no ha hecho sino empezar, estando aún por desarrollarse sus prácticamente infinitas posibilidades. Tantas como el mundo tiene. De momento, instalado principalmente en la enorme sociabilidad presente en los encuentros y, sobre todo, en los encuentros festivos, se ha implementado sobre una gran variedad de fiestas, capaces de celebrarlo todo: fiestas de acontecimientos, fiestas de conciertos musicales, fiestas de cumpleaños, fiestas de ciclo estacional (Navidad, Primavera…), fiestas de empresa. Estas son las más comunes.

Pronto vendrán las grandes fiestas deportivas, alrededor de acontecimientos deportivos. Tal vez quepa pensar que, algún día, los partidos de fútbol, por ejemplo, se celebrarán en el metaverso, sin necesidad de esos grandes estadios, que exigen grandes recursos urbanos. Encuentros futbolísticos en los que, por supuesto, habrá menos lesionados. Los equipos podrán ganar o perder; pero, eso sí, los jugadores podrán estar siempre disponibles para el próximo partido. Como los aficionados de los respectivos equipos, que también estarán disponibles para presenciar y, tal vez, empujar a su equipo.

Las grandes tecnológicas también quieren nuestros sueños en el metaverso

Entonces ¿no generará lesionados el metaverso? Cabe proyectar que se evitarán las lesiones físicas. Esas que se centran en, por ejemplo, los isquiotibiales y otras partes corporales así, del estilo. Partes que no nos damos cuenta que las tenemos, porque no hemos oído hablar antes de ellas, hasta que un famoso futbolista cae lesionado y se hace público “su parte”. Pues sí, también las tenemos y no se trata sólo de músculos o huesos específicos de los deportistas de élite.

Lesiones morales y emocionales

Seguramente el problema principal en el metaverso estará en las lesiones morales y emocionales. En los daños a la imagen que tenemos de nosotros mismos y de los demás. En los daños incluso al honor, ese concepto que, aunque parezca más propio de afrentas medievales o de la literatura del Siglo de Oro español, resurge con fuerza en cada esquina de nuestra vida cotidiana.

Las marcas están construyendo al metaconsumidor del metaverso

Me temo que, como producto humano que es, el metaverso no podrá evitar tales lesiones emocionales. Lesiones producidas por los propios avatares. De aquí que adquiera sentido la frase sartriana: el infierno son los (comportamientos de) los otros avatares. Mejor dicho, de los avatares de los otros. De los avatares reconocibles de los otros.

Es en este contexto donde me viene a la memoria un capítulo de la novela Máquinas como yo, del británico Ian McEwan. En el mismo, el protagonista narra el momento en que su pareja y un robot que había adquirido, llamado Adán, y, por lo tanto, su robot, practican sexo. A él le llega la información porque tal hecho sucede en el apartamento del piso encima de donde vive. Lo oye y, a partir de ahí, lo intuye con firmeza. Además de ser confirmado posteriormente por su propia pareja. El protagonista se siente traicionado. Sumamente traicionado. En especial, por el robot. Y esto más allá de la potencial transgresión de alguna de las reglas de la robótica, que, desde que las expuso Isaac Asimov, se han convertido en una especie de constitución de la inteligencia artificial. Al menos, la regla que impide a los robots hacer daño a los humanos. El protagonista se siente emocionalmente dañado.

Autonomía de los avatares

Parece que los robots, que en principio aparecen con mucha menos autonomía que los avatares de los otros, acaban comportándose -para bien y para mal- como los humanos. También, ha de reconocerse, los humanos adquieren ciertos comportamientos maquínicos y un fuerte componente de programabilidad en sus actos. Pero esto es otra historia. Aquí importa el primer proceso. Los avatares de los otros son autónomos y nos podríamos enterar, en ese espacio cerrado que es el metaverso, de comportamientos que no nos convienen o no nos gustan.

El paso de Web2 a Web3 y la conversión de la audiencia/fans en criptofans

Es más, podríamos convertirnos en espectadores mudos de esos comportamientos de los avatares de los otros. Y, así, el metaverso transformado también en un infierno debido al comportamiento de los otros -cercanos- avatares. Pero así es la vida. Y el metaverso está y estará lleno de vida. Y la vida está llena de encuentros felices y desencuentros que nos hunden en la tristeza.

Clipping de una noticia publicada originalmente en: OBSERVATORIO BLOCKCHAIN

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