Ciudades para vivir y no para sobrevivir

A Dios poníamos por testigo de que no íbamos a comernos más horas de atasco. El teletrabajo sí que nos iba a hacer libres. La ciudad iba a ser el sitio de nuestro recreo… y si no, Google Maps nos mostraba el pueblo asturiano de nuestros sueños, con parcelas regaladas donde cultivar una huerta y olvidar las pesadillas de los alquileres urbanos. ¿Recuerda aquellos días de pandemia dura? La neurosis del encierro moldeaba el concepto de ciudad en el inconsciente colectivo a una velocidad que la teoría urbana no se había atrevido a imaginar ni en sus sueños más húmedos. Pero, como en el microrrelato de Augusto Monterroso, al despertar, el dinosaurio seguía ahí. Con el coronavirus ya domesticado, llega el momento del balance. Ahora en serio: ¿qué hacemos con nuestras ciudades?

A finales de octubre de 2020, Mark J. Nieuwenhuijsen, director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal, publicaba un artículo paradigmático en la web de este centro, impulsado por la Fundación la Caixa: «Ciudades post-covid-19: nuevos modelos urbanos para que las ciudades sean más saludables«. El arranque resumía las sensaciones del momento: «La crisis puede ser una oportunidad para construir sociedades y ciudades mejores y más sostenibles». Desde su núcleo axiomático -«las ciudades son centros de innovación y de creación de riqueza»–, el urbanismo pide evolución desde sus «puntos críticos», hoy centrados en «contaminación del aire y ruido, efectos de la isla de calor y falta de espacios verdes». La ilusión pandémica se resume en la pregunta: «¿Deberíamos trabajar para crear ciudades inteligentes, sostenibles, habitables, equitativas y saludables, urbes que usen soluciones basadas en la naturaleza, que tengan una economía circular y que favorezcan la movilidad activa y los espacios verdes?»

Ha pasado año y pico de aquel otoño. Como suele suceder en estos casos, las cosas se han calmado. Cristina Mateo, vicedecana de la escuela de Arquitectura y Diseño de IE University, sostiene que, en general, «estamos volviendo a hacer cosas similares a las de antes de la pandemia». Aunque reconoce «cambios puntuales», no está «segura de si están aquí para quedarse… No diría que ha cambiado la percepción de la ciudad». Recuerda aquellos momentos iniciales en los que «la gente actuó de una manera muy impulsiva», pero también que, «tras el miedo inicial, algunos nos pusimos a analizar qué estaba pasando». Ella, por ejemplo, se detuvo a reflexionar sobre «la necesidad de espacio. El espacio exterior volvió a ser muy relevante», importancia revelada por una compulsión del «acceso al exterior». Quedó de manifiesto la angustia de no tener viviendas con tal acceso, volcadas a patios interiores. «Los aplausos en las ventanas y los balcones no eran solo una forma de visibilizar, reivindicar un determinado apoyo a los cuerpos sanitarios, sino también de decir: ‘Sigo vivo, estoy aquí’. Era como coger bocanadas de aire»…

Hasta aquí nuestras 470 palabras de avance.
Sigue leyendo la noticia original en:
EL MUNDO

 

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