Antes todos íbamos a caballo

CRÓNICAS DESDE MI AZOTEA
Tomás Cascante
(Tiempo estimado de lectura 9 minutos)

La humanidad ha recorrido un largo camino de innovación, desde el descubrimiento del fuego hasta la creación de la inteligencia artificial. A lo largo de la historia, hitos como la rueda, que revolucionó el transporte, o la imprenta, que democratizó el conocimiento, han impulsado avances fundamentales. La domesticación de animales y el desarrollo de la agricultura permitieron al ser humano dejar el nomadismo y adoptar el sedentarismo, lo que supuso una revolución social y cultural. Este cambio trajo consigo la creación de las primeras ciudades y sociedades complejas, impulsando la división del trabajo, el comercio y la especialización. A partir de este punto, surgieron civilizaciones más estructuradas, con sistemas políticos, económicos y religiosos más avanzados. El uso de los metales permitió fabricar herramientas y armas más resistentes que transformaron la agricultura, la guerra y la construcción, facilitando el crecimiento de civilizaciones más complejas. Cada uno de estos avances marcó un antes y un después en la evolución de las sociedades, moldeando el mundo tal hasta el que conocemos hoy.

Ya en nuestros tiempos, el primer gran hito fue la máquina de vapor en 1780, que inauguró la Revolución Industrial. Esta tecnología permitió la mecanización de la producción, sustituyendo el trabajo manual en muchas industrias. A pesar de los evidentes beneficios en términos de productividad, los primeros años de la máquina de vapor estuvieron marcados por un fuerte rechazo, El ludismo fue un movimiento de trabajadores que surgió en Inglaterra a principios del siglo XIX, en respuesta a la industrialización. Los luditas protestaban contra las máquinas que, según ellos, destruían sus empleos y empeoraban sus condiciones de vida. Estos trabajadores, principalmente del sector textil, llegaron a destruir maquinaria en fábricas como símbolo de su rechazo al cambio tecnológico. Este movimiento simboliza la resistencia al cambio tecnológico, una reacción recurrente en la historia frente a la innovación. Sin embargo, la mecanización industrial impulsó el comercio y el crecimiento económico, dando lugar a la aparición de nuevos sectores y oportunidades laborales en las fábricas.

El ferrocarril, que llegó en la década de 1830, supuso una verdadera revolución en el transporte. Conectó ciudades y regiones a una velocidad antes inimaginable, lo que facilitó el comercio y permitió la movilidad masiva de personas y mercancías. Pero no todos acogieron con entusiasmo este avance. Muchos temían los accidentes y la pérdida de empleos relacionados con el transporte a caballo. Las protestas y sabotajes no fueron infrecuentes en sus primeros años. A pesar de ello, el ferrocarril se consolidó como una infraestructura clave que unificó mercados y aceleró el desarrollo de las economías locales.

Unos cincuenta años más tarde, la electrificación cambió por completo el panorama en fábricas y hogares. En la década de 1880, la llegada de la electricidad a las ciudades permitió extender la jornada laboral, ya que eliminó la dependencia de la luz solar y de las fuentes manuales de energía. Sin embargo, en sus inicios, muchos desconfiaban de la electricidad, temiendo incendios o accidentes, especialmente en los hogares. Con el tiempo, la electricidad no solo hizo posible la iluminación pública y doméstica, sino que también fue un catalizador para otros inventos como el teléfono, el frigorífico o el ascensor, transformando profundamente la vida urbana.

El automóvil, a partir de 1930, llevó la transformación del transporte personal a un nuevo nivel. Antes de su popularización, la movilidad estaba reservada a quienes podían permitirse caballos o carruajes. La masificación del automóvil redujo drásticamente los tiempos de desplazamiento y acercó a las personas de diferentes ciudades y regiones. Pero este avance también trajo consigo miedos: los conductores de carruajes y otros trabajadores relacionados con los caballos vieron cómo sus empleos peligraban. Además, los primeros años del automóvil estuvieron marcados por preocupaciones sobre la seguridad vial. A pesar de todo, el automóvil democratizó la movilidad, contribuyendo al desarrollo industrial y al crecimiento económico de las sociedades.

En la década de 1980, el ordenador irrumpió en los entornos laborales y creativos. Al principio, muchos temían que la automatización que introducía el ordenador reemplazara empleos en sectores administrativos y de oficina. Las primeras reacciones fueron de rechazo, especialmente entre quienes no comprendían su funcionamiento o no estaban dispuestos a adaptarse al nuevo entorno digital. Sin embargo, el ordenador no solo mejoró la productividad en estos sectores, sino que se convirtió en una herramienta indispensable para gestionar y procesar información a una velocidad y con una eficiencia antes impensables.

El siguiente gran salto llegó en el año 2000 con la expansión de internet, que conectó al mundo entero a través de una red global de comunicación. Si bien al principio surgieron preocupaciones relacionadas con la privacidad, la seguridad y el fraude en línea, internet cambió radicalmente la forma en que accedemos a la información y cómo nos relacionamos entre nosotros. El comercio electrónico, las redes sociales y la democratización del conocimiento son solo algunos de los innumerables beneficios que trajo esta revolución tecnológica en la que actualmente vivimos inmersos y sin la cual ya no es posible imaginar nuestra vida diaria. Desde la educación hasta la economía, pasando por el entretenimiento y la política, internet ha transformado todos los aspectos de la sociedad. La posibilidad de acceder a información en tiempo real, establecer conexiones globales instantáneas y crear nuevas formas de negocio ha redefinido no solo cómo interactuamos, sino también cómo pensamos y actuamos en un mundo cada vez más interconectado y digital.

En paralelo a internet, otro avance revolucionario cambió el modo en que nos comunicamos: el teléfono móvil. Al principio, surgieron temores sobre los efectos de las antenas y la radiación, alimentando bulos sobre posibles riesgos para la salud, cáncer incluido. Sin embargo, con el tiempo, el móvil se ha consolidado como una herramienta tan esencial que ya casi es una extensión de nuestro cuerpo, un apéndice más, integrando internet, redes sociales, GPS, cámaras y un sinnúmero de aplicaciones que forman parte de nuestra vida diaria..

Finalmente, en 2022, la inteligencia artificial (IA) irrumpió con fuerza en todos los órdenes de nuestra cotidianidad, consolidándose como el motor de la automatización avanzada en muchos sectores. Los avances en modelos de lenguaje como GPT-3 y GPT-4, junto con las capacidades de procesamiento de datos masivos, desatan miedos sobre el reemplazo de empleos y la pérdida de control humano sobre ciertas decisiones. Sin embargo, la inteligencia artificial impulsa herramientas en múltiples sectores: en medicina mejora diagnósticos; en finanzas detecta fraudes y predice mercados; en marketing optimiza campañas y en logística gestiona rutas e inventarios; en educación personaliza el aprendizaje; y en derecho agiliza la revisión de documentos.

Lo realmente diferencial, y a la vez preocupante, es que la IA representa el primer gran cambio que nos afecta no solo de manera pasiva, como ha ocurrido con las grandes transformaciones anteriores, sino también activa. No es solo un avance que transforma el entorno; por primera vez, los individuos se convierten en protagonistas directos de este cambio. La inteligencia artificial nos dota de nuevas herramientas y capacidades, haciéndonos actores activos con poder para influir en el mundo, positiva o negativamente y abre la puerta a riesgos considerables: las grandes corporaciones de IA, armadas con algoritmos sesgados, pueden ejercer un daño significativo que, como muchos expertos predicen, podría llegar a destruir las estructuras sociales y, en escenarios extremos, amenazar la propia supervivencia de la humanidad.

Personajes influyentes como Elon Musk y el pionero de la IA Geoffrey Hinton han advertido sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial descontrolada desencadene consecuencias catastróficas, desde la manipulación masiva de la información hasta el colapso de la economía mundial por la eliminación masiva de empleos. En esa línea, Yuval Noah Harari, en su obra Nexus, profundiza en estas predicciones, advirtiendo sobre un futuro de desinformación y pérdida de libertades si no se regula adecuadamente. El desafío no es menor, y el equilibrio entre innovación y ética será fundamental para que la inteligencia artificial sea una fuerza positiva en la sociedad.

No quiero cerrar este artículo sin animaros a caminar hacia a delante sin miedo a la innovación y al cambio, porque además del miedo y la resistencia al cambio a veces nos falta imaginación y visión de futuro, en una ocasión Henry Ford comentó: «Si hubiera preguntado a la gente qué querían, me habrían dicho: un caballo más rápido». Con esta frase, Ford subrayaba cómo las personas tienden a pensar en mejoras incrementales dentro de lo que ya conocen, sin poder imaginar soluciones radicalmente nuevas.

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Tomás Cascante

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